Luis Landero es, sin duda, uno de los grandes referentes dentro de la literatura de nuestro país. Nacido en Alburquerque, Badajoz, el 25 de marzo de 1948, se dio a conocer con Juegos de la edad tardía en 1989, novela a la que siguieron Caballeros de fortuna, El mágico aprendiz, El guitarrista, Hoy, Júpiter, Retrato de un hombre inmaduro, Absolución, El balcón en invierno (Premio Libro del Año de los Libreros de Madrid en 2015), La vida negociable y Lluvia fina. Fiel al sello Tusquets desde sus inicios, hoy se asoma a este rincón para conversar de cultura en general y literatura en particular.
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Marina Collazo — Bienvenido a nuestras páginas, querido Luis.¡Qué ganas tenía de sentarme a hablar contigo! Gracias por hacerlo realidad. Ponte cómodo, por favor, que empezamos.
»Tu última novela publicada: Lluvia fina. Has dicho de ella que tienes la sensación de que se ha escrito sola. ¿Eso es porque todo lo que cuentas en ella ya lo habías vivido tú antes? Explícanos, por favor.
LL — No exactamente, lo que pasa es que todos sabemos mucho sobre las familias. Nos hemos criado en una familia, nuestra escuela ha sido una familia, nuestro aprendizaje sentimental también. Y luego todos hemos conocido a familias de amigos, familias de familia; los libros están llenos de familias, las películas… De manera que todos sabemos mucho de las familias.
»Tuve una especie de revelación con este libro. Leí una noticia en el periódico y, de pronto, se me apareció el libro, como si ya estuviera escrito. Erala noticia de una familia que se había reunido después de muchos años y aquello había acabado malamente, incluso con algún muerto y varios heridos. Y dije, ¡demonios, si esto es una novela! Y nada era por grandes cosas, por grandes motivos, sino por pequeños agravios. Las «chinitas en los zapatos», esas pequeñitas cosas, esa «lluvia fina». Y ¡plas! la novela se escribió sola.
MC — En esta novela, los protagonistas se dicen muchas cosas, pero callan muchas otras. Qué nos pesa más, Luis, ¿lo que decimos o lo que callamos?
LL — Lo que decimos, a veces nos arrepentimos porque vienen de un momento de ira y pueden hacer daño, y a veces es mejor callarse, pero también es verdad que lo no dicho, las cosas que no se dicen a tiempo, aumentan y se convierten en leyenda, en culpa, en ofensas… En definitiva, tanto lo que te callas como lo que dices, está siempre expuesto a la exageración, a traspasar los límites de la verdad para convertirse en un monstruo. Los celos, por ejemplo, de una pequeña cosa puede hacerse un drama, entonces es mejor hablarlo a tiempo que callarse la duda. Estamos muy expuestos a que la imaginación invada la memoria.
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MC — Aurora habla poco y escucha mucho. Qué importante es saber escuchar, pero no abundan las personas así… ¿Es Aurora el personaje clave de Lluvia fina?
LL — Sí, sin duda. Cuando estaba viendo como la estructuraba, porque la novela tiene una estructura complicada al estar todo mezclado y tiene distintos puntos de vista, entonces no sabía cómo organizar ese puzle hasta que apareció Aurora. En cuanto apareció ya tuve hecha la novela, porque es el eje de la novela y compañera mía de narración. Narramos ella y yo, y delego en ella, ella me ayuda. Narramos entre los dos: un autor que sabe mucho y ella que sabe un poco menos, pero mucho también. De manera que es un personaje clave y sin ella no habría novela. En definitiva, es la protagonista porque es la víctima de una tragedia, y toda tragedia tiene que tener una víctima.
MC — Lluvia fina es una misma historia, pero con distintas maneras de mirarla; cada protagonista tiene su propia verdad sobre esa misma historia. ¿La verdad puede ser poliédrica o solo hay una?
LL — No, no… es poliédrica siempre. Verdades absolutas no hay ninguna, incluso las verdades científicas son dudosas a veces. Que Dios nos libre de verdades absolutas porque todos sabemos a dónde nos llevan. De manera que es como las hormiguitas, cada una aporta su parte de verdad y entre todas esas verdades se hace una gran verdad, que no es absoluta sino poliédrica. Y todos tienen su parte de razón. He tratado en la novela que todos tengan su parte de razón, nada es verdad, todo es dudoso, son ideas entremezcladas, y ni el autor ni Aurora toman partido por ninguno.
MC — Tus novelas, en general, son bastante teatrales (o eso me lo parecen a mí), pero Lluvia fina lo es más que ninguna. ¿Es posible que la veamos en el teatro? ¿Has tenido propuestas para ello de alguna de tus obras?
LL — Sí, Lluvia fina la van a llevar al teatro y al cine; una miniserie, posiblemente, ya están vendidos los derechos. Al teatro la llevará el año que viene una gran compañía catalana. La va a dirigir Ernesto Caballero y la versión teatral la va a hacer Ignacio del Moral. Seguro que hacen algo espectacular.
MC — La infancia es una etapa fundamental en la vida de todo ser humano, pero en tu caso, tal como la reflejas en tus novelas, me da la sensación de que ha sido más que fundamental.¿Cómo la recuerdas? ¿Añoras mucho esa etapa de tu vida?
LL — Fue la época más feliz de mi vida, quizás. Hubo un poco de todo porque mi padre aparecía como una sombra por ahí, pero en general fue feliz. Recuerdo, sobre todo, los veranos. La infancia es un motivo continuo de inspiración. Una infancia dura para siempre. En mi caso, cuando me pongo a escribir, enseguida sale el niño que descubrió el mundo, porque los niños están descubriendo continuamente el mundo, con sus ojos de curiosidad, de asombro, y cuando escribo, todavía veo el mundo con los ojos que lo ve de niño. Si tuviera que decir qué es la patria, diría que la patria es la niñez.
MC — El personaje de Sonia en Lluvia fina, dice una frase sobre los jóvenes de ahora: «no tienen dinero, no tienen trabajo, no tienen nada, pero viajan por todo el mundo sin parar. Son como parias nómadas». ¿Cómo ves a la juventud actual, son realmente parias nómadas? ¿Eres optimista con su futuro?
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LL — Hay algo de eso. Los jóvenes ahora tienen trabajos precarios -cuando trabajan-, viven con sus padres porque no se pueden independizar o viven varios juntos por la misma razón, sin embargo, luego, a través de internet se conocen y están siempre con la mochila viajando a la India, a Brasil... Van y vienen, entonces me parece curioso ese contraste de jóvenes que viajan tanto cuando viajar siempre fue un lujo, y ahora es como coger el metro.
»En los jóvenes hay de todo. A veces voy a institutos y veo a chavales estupendos y eso me hace ser optimista. Pero todo depende de donde ponga uno el foco; si lo ponemos en institutos o determinados sitios, soy optimista, pero si lo ponemos en otro punto soy profundamente pesimista respecto a la juventud, a la madurez y al ser humano en general. Nos estamos cargando el planeta, lo que quiere decir que el hombre es estúpido, porque alguien que destroza su propia vivienda, la única que tiene, es que es tonto o malvado, o las dos cosas a la vez. El hombre es tan egoísta, tan cruel, que no piensa en los que vengan, porque nosotros igual ya no lo vemos, pero los que vengan, ¿qué, allá ellos? A veces soy pesimista respecto el hombre, pero no solo por esta época, sino por todas. Si ves en general lo que pasa en el mundo, la visión es bastante pesimista, no vamos por buen camino...
MC — ¿Tus obras son todas bastante autobiográficas o me lo parecen a mí? ¿Podemos decir que El balcón en invierno es la más autobiográfica? ¿Es la que más alegrías te ha dado? Todo tu vocabulario es exquisito, pero en esta novela te superas, ya nadie escribe con esa riqueza léxica.
LL — Sí, tienen un aire autobiográfico, un aire de familia, y Balcón en invierno es la que más. En general, yo necesito un poquito de realidad y lo demás lo da la imaginación. Un poquito de realidad me sirve como chispa para crear un personaje o para crear una historia, y es mi realidad o mi pasado quien me surte de esa pequeña chispa; de mi pasado o de gente que yo he conocido, que he visto, etc, y eso es lo que realmente me inspira. ¿El balcón en invierno la que más alegrías me ha dado? No especialmente.
Yo soy feliz mientras las escribo, luego ya me despreocupo completamente de ellas, pero las novelas que he sido más feliz escribiéndolas son Juegos de la edad tardía, El balcón en invierno y Lluvia fina, eso es verdad. Las he escrito, no voy a decir que con más pasión porque con pasión las he escrito todas, y con dedicación lo mismo, pero que he tenido con ellas una relación más intensa, totalmente satisfactoria, mientras que con las otras he tenido muchos desencuentros. En todo caso, siempre he intentado dar lo mejor en cada una.
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MC — Hay una frase de Hugo, personaje de tu novela La vida negociable, que se me quedó grabada: «La vida consiste en ir de camino a lo que salga». Y esto, la pregunta que me genera es:¿qué sentido tiene la vida, Luis?
LL — Ninguno, soy muy pesimista con el sentido que tiene la vida, lo cual no quiere decir que uno no lo pase bien en la vida; la vida es estupenda y está muy bien, cuando está bien, claro. Si no hay enfermedades y tus seres queridos están bien, nos gusta vivir y todo está perfecto. Pero, en definitiva, el destino del hombre es la muerte y el olvido, y este es nuestro destino trágico, pero miramos para otro lado, no queremos verlo, pero esto es lo que hay. Aunque todo tiene sentido si se lo sabes dar, y hay que sacarle a la vida lo que de bueno tiene en cada momento, pero eso no quita para pensar que la vida en sí no tiene sentido. Al final vamos a morir, a ser olvidados y es un completo absurdo esto de vivir, pero mientras dura, es un invento que funciona.
MC — Has contado en muchas ocasiones que la relación con tu padre no fue idílica, sin embargo, has manifestado más de una vez que cuando murió algo cambió de un modo brutal en ti y que cargas con la culpa de decepcionar a tu padre. Entiendo, entonces, que él es mucho más importante en tu vida de lo que indica esa mala relación… ¿O no fue siempre mala? Cuéntanos, por favor.
LL — Sí, fue mala, es que lo defraudé ya en vida. Cuando murió yo tenía 16 años y nos llevábamos fatal porque yo había incumplido todas sus expectativas. Yo era un poco golfillo, un desastre, y la mayor ilusión de mi padre era que yo fuera alguien en la vida, cosa que él no había tenido ocasión de ser. Y cuando murió, de algún modo, contraje el deber de saldar una cuenta pendiente que tenía con él. Volví a estudiar, abandoné la guitarra para poder estudiar y cumplir mi vocación de escritor. Las cuentas pendientes que tenía y no había resuelto en vida, quise hacerlas después. Para mí, mi padre es muy importante y, además, como personaje de ficción, como fuente de inspiración. Mi padre aparece en casi todas mis novelas.
MC — Tú eras guitarrista de flamenco y dejaste una carrera ya labrada en ese mundo para dedicarte a escribir, que era el deseo de tu padre. Tu primer libro, Juegos en la edad tardía, lo publicaste a los cuarenta años, si no me equivoco. ¿Qué te hizo cambiar de tercio? ¿Lo hiciste porque se lo debías a tu padre o porque era más fácil escribir que tocar la guitarra mejor que Paco de Lucía? (risas)
LL — Tocar mejor que Paco de Lucía es imposible. Yo tocaba bien la guitarra hasta que apareció Paco de Lucía, hasta que lo oí y dije ¡uf!... (risas) Pero yo tocaba bien la guitarra a todo lo que se tocaba bien la guitarra antes de aparecer Paco de Lucía, que no tiene nada que ver. Vino Paco y puso patas arriba todo, y dije, vamos a escribir, chaval, olvídate de todo esto… (más risas). Aunque, si me puse a estudiar también fue porque no me encontraba a gusto en el mundo de la farándula, no me gustaba ese mundo.
»Empecé muy tarde a tocar la guitarra, con casi 16 años, y fíjate cómo tocaba Paco con 16 años, era un monstruo. No se puede empezar a tocar a esa edad, no obstante, yo tenía cualidades para tocar y a razón de tocar veintiocho horas diarias, en dos o tres años, me hice guitarrista profesional. De ahí salió mi novela El guitarrista, que tiene michas cosas de esa etapa mía; otras son ficción.
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MC — Como decíamos, tu padre es el «culpable» de tu dedicación a la literatura y está muy presente en toda tu obra, aun sin ser protagonista. ¿Podemos decir que es el gran secundario de tus novelas?
LL — Uf, ya lo creo que es el gran secundario de mis novelas. En algunas pienso que no va a parecer, y ahí está. La figura de mi padre es muy fuerte dentro de mí, se me impone y aparece cada dos por tres, porque además, es la imagen perfecta del hombre fracasado, no sé si en el sentido noble o no del término, y que se sintió fracasado ya de joven y pensó que no había tenido oportunidades, ni las iba a tener, de estudiar, que era lo que él quería; se había condenado a ser campesino, a ser una persona ignorante, en fin… Y a no cumplir todos los sueños y todo ese mundo interior que bullía dentro de él, a no poder darle salida a todo esto.
MC — Dime, Luis, ¿crees que la sociedad actual valora la cultura?
LL — En general, no. Y si tomamos como referencia a los políticos, que son los representantes de los ciudadanos, pues tampoco; les importa un carajo. ¿Tú has visto que en los debates de campaña electoral hablen de cultura y educación? No, porque no les interesa nada, es una cosa minoritaria. Ser escritor es algo casi anecdótico, no tiene la importancia que tuvo en otros tiempos. En otros tiempos teníamos un prestigio, ahora hay otros motivos de entretenimiento más «buenos, bonitos y baratos». Leer o ver una película, escuchar música… es un recogimiento, una soledad, un esfuerzo placentero pero un esfuerzo, al fin y al cabo, y no hay tanta gente dispuesta a realizarlo.
MC — ¿Qué opinión te merece la literatura actual? ¿Lees a los nuevos autores?
LL — Sí, la sigo y los leo, claro que sí. Y me parecen muy bien, me gusta Marta Sanz, por ejemplo, Sara Mesa, Cristina Morales, a la que le han dado el último premio nacional de novela, Rafael Reig, Orejudo, y otros. Los sigo en la medida de lo posible, porque se publica tanto que uno no puede, tiene que atender tantas cosas, hay que releer también tanto… La literatura tiene larga vida, pienso que sí, lo que pasa es que, si hablas con los libreros, librerías están desapareciendo muchas, pero se sigue vendiendo, la gente sigue comprando libros y se van manteniendo. Aunque, con tanta actualidad, los jóvenes ya no leen a los clásicos, y es una verdadera pena.
MC — El humor está muy presente en todas tus obras y en tu carácter, pero estamos en un momento en el que parece que ya no se puede bromear sobre nada, porque todo resulta ofensivo. Tú y yo procedemos de pueblos y hemos crecido conociendo a los vecinos por motes (algunos terribles), ¿te imaginas ponerles esos motes a los vecinos de ahora? Esta actitud ofensiva,¿significa que nos aburrimos mucho y por eso estamos a la que salta o es, sencillamente, que ya no tenemos sentido del humor?
LL — No, no me veo poniéndoles esos motes, no, no… Se ha mejorado en algunas faltas de respeto que había, como mandar a la mujer a fregar, llamar tontos a los discapacitados… En eso se ha mejorado y es bueno, porque ha habido una cierta revolución en todo esto, con respeto a minorías y demás, y es algo magnífico. Pero toda revolución trae daños colaterales y excesos, y eso ahora ha llevado a que la gente tenga miedo a hablar porque puede meter la pata en cualquier momento y ofender a cualquiera. Estamos a la que salta, y además falta sentido del humor. Hemos pasado de lo basto a lo cursi, antes valía todo y ahora no vale nada porque enseguida te llaman machista o fascista… Es realmente lamentable porque hay una especie de autocensura y todo esto ha llevado a un puritanismo que no le tiene envidia al puritanismo del siglo XIX, de la época victoriana.
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MC — ¿Tú te sientes libre para escribir lo que quieres o te condiciona de algún modo la realidad?
LL — Me siento libre, totalmente. También es cierto que yo no trato temas de candente actualidad… Mira, Marina, el arte tiene que ser un territorio de absoluta libertad, si no, no merece la pena, no puede haber cortapisas para un artista, entonces tiene que decir todo aquello que quiera. Pero me dan miedo los ramalazos de libertad que están apareciendo en esta sociedad y que, de cualquier cosa, inmediatamente dicen que es ofensivo. Todo ofende, hasta cosas de lo más inocentes… y eso no conduce a nada bueno.
MC — Creo que esta frase es tuya: «Hay un abismo entre quienes somos y quienes creemos ser».Y yo te pregunto: ¿vivimos para aparentar más que para ser?
LL — Sí, normalmente sí, para parecer. Como dice la frase«eres lo que pareces, eres lo que eres y eres lo que tienes»: parecer, ser y tener, y a veces, se vive por el parecer y el tener. El parecer es muy importante, no recuerdo quién, decía que se acepta mejor la mala conciencia que la mala reputación; que duele menos. La mala conciencia te la tragas, la mala reputación, no. Hay mucha tontería acerca del parecer y el tener y poco del ser. Mucho postureo. Y lo que más felicidad da es el ser, lo demás son pamplinas. Además, la vida es breve, es un viaje solo de ida y uno tiene que vivir lavida de primera mano.
MC — ¿Es necesario vivir de ficción para no morir de realidad?
LL — Sin duda, y más en un momento como el que estamos viviendo, tanto a nivel social como político y humano. Menos mal que tenemos ficción para seguir creyendo en algo.
MC — Antes, leer era una forma de viajar, de conocer otros mundos, pero en la sociedad actual, que lo tenemos todo al alcance de nuestra mano, ¿para qué sirve la literatura realmente?
LL — No, no, no lo tenemos todo al alcance. Siempre hay historias que contar y siempre hay mundos por conocer y el viaje a un personaje, a su vida y aventuras, es un viaje único que no lo vas a encontrar en la vida real. Seguimos igual de huérfanos filosóficamente, existencialmente... Podemos viajar físicamente, pero el viaje esencial del hombre sigue ahí, inexplorado, el viaje al conocimiento y, desde luego, todo lo que pueda aportar un libro con toda su riqueza de ambientes, de personajes, de situaciones… es único, es una obra de arte.
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MC — Una curiosidad, ¿escribes a bolígrafo o pluma, o en el ordenador? ¿Cómo te llevas con las nuevas tecnologías?
LL — Con pluma. Bueno, pluma, bolígrafo, lápiz, y hago mis correcciones con colores. Una vez que termino, lo paso al ordenador, donde vuelvo a hacer otra corrección más y lo imprimo para seguir trabajando sobre él. Con las nuevas tecnologías me llevo bien, pero perjudican más que ayudan, porque aíslan mucho, crean una adicción enfermiza y empobrecedora.
MC — ¿Escribir es lo más importante de tu vida? ¿Ya tienes próxima novela? Cuéntanos…
LL — Sí, sin duda, es lo más importante de mi vida. Y, sí, tengo algo empezado, pero no es una novela. Es una mezcla de El balcón en inverno y Entre líneas, un libro que tengo de ensayos. Es una miscelánea, donde cuento algo de mi vida, y de la vida de profesor y como lector. Una mezcla de ensayo y narración, me gusta lo que estoy haciendo.
MC — Terminamos, Luis. ¿Quieres contarle algo más a nuestros lectores?
LL — Toda mi solidaridad literaria y cultural y que apoyen con su lectura esta labor tan magnifica que estáis haciendo, porque de quien se puede esperar algo es de los francotiradores como vosotros, es de los que se puede esperar mucho porque eso es la semilla de cosas importantes para el futuro. Vuestro trabajo es mucho más importante de lo que puede parecer.
MC — Muchísimas gracias, querido Luis. Te admiro, lo sabes, y ha sido un honor estar aquí hablando contigo.Gracias por ser como eres, por tu cercanía y tu cariño. Te deseo un 2020 lleno de vida. ¡Brindo por ti!
LL — Muchas gracias a ti, Marina. Feliz año para todos.
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Marina Collazo Casal. ENTREVISTA PUBLICADA EN LA REVISTA PASAR PÁGINA 24, Diciembre 2019: https://drive.google.com/open?id=1k_BuPanDS8CtYDK8mKpDDzN3_ffcWLyI
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