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JAVIER MORO. «A PRUEBA DE FUEGO»

Foto del escritor: Los cuadernos de ArohaLos cuadernos de Aroha

Actualizado: 10 mar 2021


Javier Moro tiene una habilidad especial para convertir en novela las historias que llegan a sus manos, siempre reales, pero a veces bastante desconocidas para el gran público. Igual nos lleva a Bhopal en medianoche como nos tatúa a flor de piel, envuelve la India en pasión, nos revela un pecado o monta un imperio en Brasil. Además, algunas de ellas han sido premiadas.


Con este extraño 2020 dando sus últimos coletazos, Javier nos presenta una nueva novela, bastante incendiaria, en la que nos relata la vida, obra y desastres familiares de Rafael Guastavino, conocido como «el arquitecto de Nueva York». Conocido en Estados Unidos, porque aquí no sabemos ni media de este personaje valenciano que reinventó en el siglo XIX la ciudad de los rascacielos con bóvedas, ladrillo visto, azulejos y los sistemas ignífugos más novedosos del mundo. Unas mil construcciones en todo el país, 360 de ellas en la Gran Manzana, entre las que destacan lugares tan simbólicos como la estación Gran Central, el Museo de Historia Natural, la Biblioteca Pública de Boston o el Edificio de la Corte Suprema. Todos ellos con el sello de la Guastavino Fireproof Construction Company, empresa que fundó al desembarcar en Norteamérica y fue heredada por su hijo, del mismo nombre. En 1943, con la jubilación de Rafael Guastavino hijo, y después de 60 años, se le puso punto final. Sus obras quedaron como símbolos imprescindibles de la ciudad neoyorquina, tanto que incluso Jacqueline Kennedy, cuando fue Primera Dama, se «partió la cara» con aquellos que quisieron derribar algunas de las construcciones «guastavinas».


En Pasar página hemos querido conocer por boca de Javier Moro algunos detalles de «A prueba de fuego» y la América de los Guastavino. Esta fue nuestra conversación con él.


Marina Collazo. Bienvenido a nuestras páginas, Javier. Tú viviste unos años en Estados Unidos, por lo que la historia de Guastavino no te era totalmente ajena antes de escribir sobre ella, como nos puede suceder a otros españoles, pero ¿cuándo conociste realmente todo lo que había detrás del gran arquitecto?

Javier Moro. Sabía de la existencia de Guastavino por mi pecado de gula. Iba a comer ostras al famoso Oyster Bar, en la estación Grand Central, así es como me enteré de que todo aquello lo habían hecho unos constructores españoles, los Guastavino. Nunca pensé que escribiría un libro sobre ellos.


MC. ¿Hay algo de lo descubierto en las cartas familiares a las que tuviste acceso durante la investigación que no hayas podido -o no te hayas atrevido- a contar en la novela?

JM. Esas cartas las he exprimido bien. Son la base documental de la novela. He dejado de lado algunas cartas especialmente agresivas de sus acreedores, pero poca cosa más. Muestran bien como era el personaje. Para mí, un buscador de historias; descubrir esas cartas fue como si un buscador de oro descubre una pepita.


MC. En Estados Unidos, Rafael Guastavino es un referente absoluto para el mundo de la Arquitectura, pero en España no. Aun así, él trabajó como arquitecto en nuestro país antes de emigrar, ¿hay algo que le «deba» la arquitectura española a Guastavino?


JM. Guastavino sienta las bases del pre-modernismo. Gaudí, que vendrá después, le «debe» a Guastavino que renueva y actualiza un sistema de construcción tradicional y consigue que se imponga en los Estados Unidos. Su manera de construir es imitada por muchos otros luego.

MC. La primera gran aportación de Guastavino a la arquitectura americana fueron las construcciones a prueba de incendios (de ahí el título de la novela), una de las mayores pesadillas de los norteamericanos; los incendios digo. ¿Fue esa su gran baza para abrirse camino en Estados Unidos? ¿Cómo los convenció? Porque nadie lo conocía y, además, no hablaba ni jota de inglés…

JM. No hablaba inglés –y nunca lo aprendió bien- pero traía una importante trayectoria laboral. A los 24 años, le habían confiado la fábrica Battlló en Barcelona, que se convirtió en ejemplo de la mejor arquitectura fabril y que fue imitada en el resto de Cataluña y de España. Conocía bien las propiedades de su sistema «a prueba de fuego» y tuvo que demostrarlo sacando su lado más valenciano, más fallero. Construyó una bóveda en un descampado en Manhattan, llamó a la prensa y a gente del gremio y prendió fuego a su construcción. La mantuvo a mil grados durante 4 horas. Luego, cuando escamparon las llamas, todos pudieron comprobar que la bóveda se mantenía en pie, incólume.


MC. Hablemos de su hijo, también de nombre Rafael y arquitecto, el que has elegido en la novela como narrador de la vida de su padre. ¿Cómo vivió él a la sombra -o la luz-, según se mire, de su padre? Porque había admiración, pero también rivalidad laboral entre ambos: ¿dónde acaba el padre y dónde empieza el hijo?

JM. Esa es toda la novela. El hijo quería saber por qué su madre le había abandonado, si es que de verdad le había abandonado. El hijo sabe que es el hijo de la criada, sin embargo su padre le moldea a su imagen y semejanza, y le quiere mucho. Creo que no se entiende bien la vida profesional de los Guastavino sino se conoce la intensa relación afectiva que les unía, y que no estaba exenta de conflicto.


MC. Padre e hijo, ¿fueron igual de extraordinarios en su vida laboral como desastrosos en la personal?

JM. No, el hijo era mucho más ordenado, menos explosivo, más «moderno», con una cultura empresarial de la que carecía el padre. En su vida personal, el hijo también fue más «formal», si se pude decir.


MC. Rafael Guastavino padre fue innovador en muchos asuntos, no solo en las construcciones en sí. ¿Qué tendrían que aprender de él los arquitectos de ahora?

JM. Fue innovador, pero respetaba la tradición, y eso es algo que los arquitectos de ahora deberían aprender. Decía que no se debía sacrificar la belleza por la originalidad. No tenía ese ego que ciega a muchos arquitectos modernos, y que luego nos dejan sus pifias durante siglos. En Madrid, tenemos el ejemplo de la plaza de Colón, una de las más feas que conozco, y he viajado bastante.


MC. Hay historias reales que si fuesen inventadas no nos parecerían muy creíbles; en el «caso Guastavino», ¿la realidad supera la ficción?

JM. Si, eso es un tópico muy manido, pero muy cierto en este caso. No me hubiera atrevido a contar ciertas cosas que le ocurrieron a Guastavino en una novela pura y dura por temor a parecer no creíble.


MC. Además de dejar un gran legado arquitectónico, Guastavino amortizó muy bien sus obras, incluso está enterrado en una de ellas, la basílica de San Lorenzo de Asheville, Carolina del Norte, donde falleció en 1908. ¿Eligió él mismo en vida ese lugar como destino final?

JM. Si, se construyó su última morada, conocida como la Catedral de Asheville. Y para la cúpula se inspiró en la de la iglesia de la Virgen, en Valencia, en cuyo colegio adjunto a la capilla estudió. De alguna manera, así cerraba el círculo.

MC. Javier, ¿cómo es posible que de un personaje tan interesante como este, en lo laboral y en lo personal, no se haya escrito gran cosa antes de «A prueba de fuego»?

JM. Los españoles no se quieren mucho, y a veces parecen ignorar sus propias figuras históricas. Como siempre, como ocurrió con la Expedición de la Vacuna, hay una tendencia a olvidar a nuestros héroes, o nuestros insignes compatriotas, y eso solo se puede entender estudiando nuestra historia.


MC. Muchísimas gracias por atendernos de nuevo y acercarnos a una vida y obra tan interesantes como la de Rafael Guastavino.

JM. Gracias a ti, Marina.



Marina Collazo Casal. ENTREVISTA PUBLICADA EN LA REVISTA PASAR PÁGINA 35. DICIEMBRE 2020: https://drive.google.com/file/d/1h9caM3Tg4M-eTv4sp7n1m5INQk5u9Mho/view
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