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JAVIER RODRÍGUEZ ÁLVAREZ (La librería de Javier)

Foto del escritor: Los cuadernos de ArohaLos cuadernos de Aroha

Con el invitado de este mes, el librero y escritor Javier Rodríguez Álvarez, juego en casa, pero no hemos podido mantener esta conversación en su librería, como estaba previsto antes de que el confinamiento sanitario nos retuviese en casa. Ya que vivimos muy cerca hemos hablado, pero de balcón a balcón, manteniendo la distancia reglamentaria. Nuestro amor por los libros nos había hecho amigos hace unos años, cuando me quedé a vivir en Alcalá de Henares, y ahora que ambos pertenecemos para siempre al «selecto club de los cumpleañeros confinados» de este 2020, somos amigos para toda la vida, que cumplir años en una situación tan «curiosa» une y mucho.


Pero a lo que íbamos, que me pierdo. Javier y su librería son un referente literario desde hace treinta años en Alcalá de Henares y ha organizado las mejores tertulias literarias que se hayan conocido por estos lares -doy fe-, pasando por ellas los grandes autores españoles e incluso algunos internacionales. Y le ha llegado el momento de jubilarse. En esta conversación, Javier nos habla de El efecto Tyndall, su primera novela, que ya está causando sensación en los lectores.

»Poneros cómodos, por favor, y disfrutad de lo que nos cuenta Javier que, dicho sea de paso, necesitaría una revista entera porque tiene mucho que contar. En esta ocasión nos hemos centrado más en su nueva faceta de novelista. Una vez jubilado, habrá tiempo para repasar toda esa vida dedicada al maravilloso arte de ser recetador de libros y organizador de tertulias.


Marina Collazo. Javier, bienvenido a Pasar Página. Me encanta tenerte por fin en estas páginas, hablar de tu novela y que te conozcan los lectores que no te tienen tan a mano como los que vivimos en Alcalá de «Bares».

»Por empezar graciosos (que se nos da bien), ¿estudiaste Ingeniería de Caminos para saber escoger el tuyo o cómo fue la cosa…?

Javier Rodríguez. Lo de Caminos fue de carambola. Yo soy muy despistado, y el verano que aprobé la selectividad me fui de vacaciones sin hacer matrícula alguna. Al volver en septiembre fui a inscribirme a Psicología, que era lo que quería estudiar, pero había acabado el plazo. Como me gustan mucho las matemáticas acabé matriculándome en Caminos, ya que mi nota así me lo permitía. Al final fui número 1 en el proyecto fin de carrera, lo que me ha ayudado mucho en mi trabajo de librero, aunque no te lo creas.

MC. Ya, ya… y ahora me dirás que tu especialidad de Estructuras te ha servido de mucho a la hora de escribir, lo veo venir.

JR. Desde luego. Soy una persona muy metódica que necesita un orden en todo lo que hace. En una novela es muy importante desde un principio tener una estructura sobre la que trabajar y, sobre todo en la mía, tratando de conseguir ese final que tienes en mente desde el principio de su escritura.


MC. Bueno, bueno, eso está muy bien. ¿Y de verdad te jubilas? No será una de tus bromas, que nos conocemos…

JR. Me jubilaba, y me jubilo, este año, a pesar del coronavirus. Lo que ocurre es que tengo que dar salida a los libros que tengo comprados en la librería. Al tenerla cerrada unos meses debido al confinamiento, en septiembre me acogeré a la jubilación activa, no total. Esto es, abriré alguna mañana o tarde para ir liquidando lo que me quede. Pero en primavera espero estar en las Seychelles disfrutando de mi jubilación.



MC. Te vamos a echar mucho de menos, lo sabes. Qué resumen harías de tu vida de librero: lo mejor y lo peor.

JR. Ser librero es un oficio fantástico y envidiable. Creo que dejar la ingeniería por el oficio de librero es una de las mejores decisiones de mi vida. Sé que me va a doler mucho jubilarme.

»Si hay algo malo es apostar por un libro que te ha encantado y ver que tus clientes no captan lo que a ti te ha hecho enamorarte de él, por lo que tienes que devolverlos todos.


MC. Ahora que conoces los dos bandos, dime: ¿es más fácil ser escritor o librero?

JR. Librero, sin lugar a dudas. Si se entiende por escritor un gran escritor con estilo y buenas obras.

MC. ¿Te atreves a decirme cuál es la obra literaria más sobrevalorada?

JR. Uf, qué aprieto. El Ulises desde luego, junto a muchas otras que no voy a decir.


MC. Esta es más facilita: ¿cuál es la más injustamente olvidada?

JR. Daisy Fay y el hombre de los milagros, de Fannie Flagg. Una joya de la literatura y que fue absolutamente ninguneada por el editor y olvidada por los lectores. Una de mis obras favoritas.


MC. Tantos años entre libros y autores, ¿tienes algún amor platónico literario que puedas confesar?

JR. Amo libros, no autores. Pero si tuviera que escoger un autor con el que me casaría literariamente, ese sería Stefan Zweig. Siento verdadera envidia de todos y cada uno de sus libros y de su escritura.


MC. Cómo no, el gran Zweig. Volviendo a ti, el año pasado diste el salto al mundo de la publicación con tu anecdotario Pues si eso, luego vuelvo, que sigue siendo un éxito y va por la segunda edición. Y en marzo publicaste tu primera novela, El efecto Tyndall, que solo puedo decir que es deliciosa. Tengo una curiosidad: ¿cuántas páginas tenía el primer borrador de tu novela y por qué la dejaste en 270? Que es un buen número, pero sé que iba a ser más larga.

JR. En un principio mi novela transcurría en Inglaterra. Era una obra al estilo de las novelas victorianas, ambientada en Londres con el Pop de los 60 y que llevaba el título de Daisy. En ese momento tenía 240 páginas. Cuando me la compró un editor me aconsejó ciertos cambios, el más importante que transcurriera en España y en los años 70. Con ello la novela llegó a las 360 páginas y cambió en muchos aspectos. Con tres correcciones posteriores y varias mutilaciones se quedó en 270. Después de un año de cambios me aburrí, rompí el contrato y la dejé en un cajón. Fue entonces cuando apareció mi anterior editor, el de las anécdotas, Ángel Jiménez. Me prometió que si le gustaba me sacaría el texto que yo le diera, sin modificar una palabra. Como así ha sido. Hay ciertas incorrecciones que he descubierto a posteriori, lo sé, pero ha ganado en frescura, algo que prefiero.



MC. Echas mano, bastante y bien, de la elipsis. Cuéntame

JR. La elipsis hace que el lector se meta más en la obra porque le hago partícipe de su escritura. Al dejar aspectos en el aire, es el propio lector el que tiene que hilvanarlos, rellenarlos, a veces hasta crear con su imaginación partes de la novela, con lo que le hago coautor del libro. La empleo para aligerar el grosor del libro y no entretenerme en aspectos secundarios. La elipsis es el recurso literario que más me gusta. Hay muchas más elipsis en la primera parte de la novela, que he articulado como un rompecabezas. El lector ha de montar y descubrir cómo eran las vidas de las mujeres protagonistas en los tiempos en los que las leyes no eran iguales para ellas que para los hombres. En la segunda parte, que abordo como una comedia que se desarrolla en un peculiar club de lectura, la elipsis casi desaparece, aunque meto otros recursos que dan más juego en ese campo, el del humor.


MC. Dime una cosa, Javier: inspiración, taller de escritura, gran imaginación… ¿Cuál es el ingrediente más importante a la hora de escribir?

JR. Trabajo, trabajo y trabajo. Y orden y disciplina. Y que te pille la inspiración trabajando.


MC. Volviendo a tu novela. Está llena de personajes con nombres y apellidos de amigos y conocidos tuyos, ¿por qué lo decidiste así? ¿Se ha molestado alguno por ello?

JR. Esta novela es un testamento que refleja mi paso por el mundo de la literatura, sobre todo como librero. Es por ello que he querido meter a muchos de mis amigos en ella, la mayoría de las veces solo con su nombre, no con su personalidad. Una amiga, psicóloga titulada, se enfadó al saber que iba a salir en El efecto Tyndall, ya que en la novela no tiene título universitario alguno. Al siguiente día rectifiqué ese nombre y puse el de otra amiga con esa misma profesión. Una semana después me confesó que se arrepentía, y me pedía que la incluyera, pero la novela ya estaba en manos del editor.


MC. Carmen es la protagonista de El efecto Tyndall, ¿me lo parece a mí o tu filosofía de vida y la suya es la misma?

JR. Es la misma. Si bien la vida de Carmen es absolutamente ficticia, la protagonista es como una esponja, absorbiendo todo lo que yo soy. Su forma de ver la vida y la mía, y en ello van sus manías, son idénticas. Yo también arrojo libros contra la pared cuando no me gustan.


MC. Lo sé, lo sé… Y Nabokov también, que le «retiraste el saludo» durante diez años.

»Como esponja que eres y lo absorbes todo, dime algo que te encante y sea odiado por la mayoría, además de Sálvame Deluxe, que te veo venir...

JR. (Risas) Me encanta Sálvame Deluxe, como muy bien dices, me permite seguir el programa y escribir sin perder el hilo de lo que pienso. Tuve hace años una cena con Jorge Javier Vázquez y me pareció una persona muy inteligente, culta y amable, con la que apetece charlar. Por otro lado, he de confesar que me dan mucha envidia los increíbles guionistas de Big Bang Theory y Mom, esta última, para mí, la mejor serie de todos los tiempos.


MC. ¿Para cuándo más de El efecto Tyndall? ¿Habrá una segunda parte?

JR. Depende de la aceptación de la novela. Hay una historia que no quise meter en El efecto Tyndall, para no dar un nuevo giro que perdiera al lector, aunque el hueco para meter esa historia está en la obra. El efecto Tyndall es un drama costumbrista y una comedia. Añadir una tercera trama, policiaca, no me pareció lo correcto.


MC. Se dice siempre, Javier, que al que no le gusta leer es porque no ha dado con el libro adecuado. Tú que has visto de todo en tu librería, ¿lo crees así también?

JR. Totalmente. Al igual que el que dice que no cree en el amor es porque no ha encontrado a la persona oportuna. Pero para eso estamos los libreros de cabecera, para buscar ese libro que te va a procurar que leas de por vida. Somos los camellos de la literatura.


MC. Ahora que se le ponen etiquetas a todo y a todos, ¿qué cliché literario puedes ser tú?

JR. Mientras no califiquen mi novela de Chick lit me doy con un canto en los dientes.


MC. Una pregunta de premio. ¿Cómo está la cultura literaria de este país?

JR. Pues como todo, regulín. Mucho fashion e instagramer metido a producto literario, mucho escritor que se repite como los ajos debido al éxito de su primer libro, mucho poeta juntapalabras nacido de Twitter, mucho crítico con mala baba y mucha gastritis…, y mucho librero intruso que se mete donde no le llaman.


MC. Al menos el librero sabe de qué habla. Oye, ¿cuál sería tu reacción si descubres que piratean tu novela por miles y la venden en el mercado negro?

JR. Como no estoy aquí por el dinero te diría que me haría mucha ilusión. Una vez, Alaska dijo que le encantaba ver sus discos en el top manta, lo que le acarreó una gran bronca por parte de la SGAE. Pienso como ella, yo vivo de mi librería, al igual que la famosa cantante vive de sus conciertos. La venta de mi libro o de sus discos es algo secundario. Eso sí, como descubra algún amigo que se ha bajado pirata mi novela, le mato.


MC. Uno de los temas que tocas en tu novela es lo fácil que puede ser publicar un libro. Javier, ¿cualquiera puede, de verdad?

JR. Desde luego. Los nuevos cauces procuran que cualquier persona pueda sacar su novela y ofrecerla a amigos y familiares para su degustación. Otra cosa es crear una gran obra literaria de peso. Eso lleva mucho más trabajo, tiempo, entrega…, y calma.


MC. Hablemos de las editoriales y su filtro a la hora de elegir lo que publican. Parece que cantidad siempre está por encima de calidad, ¿no debería ser al revés?

JR. Hay mucha basura con la cenefa de best seller; y mucha gran obra literaria que desaparece de las estanterías de las librerías en menos de una semana. Es la ley de la oferta y la demanda. Pero hay que pensar que las editoriales son negocios como otros cualquiera, no instituciones filantrópicas. De eso hablo también en El efecto Tyndall.


MC. Después de tantos años entre palabras, ¿cuál es tu favorita? Sorpréndenos…

JR. Solía. «Solía» es mi palabra favorita. Es una palabra que implica el sentimiento de algo que te apasionaba y era placentero, pero que ahora no existe y que no es posible que vuelva, bien sea por olvido, dejadez, cuestiones de tiempo, de edad, de salud… Es una palabra que lleva asociada una gran tristeza y melancolía.

MC. Los escritores y sus egos. Tú que conoces a muchos y muy bien, dime, ¿leyenda o realidad? ¿Alguna anécdota que puedas contar? Sé que tienes muchas, pero no todas se pueden o deben contar, así que dime, por ejemplo, las que más te hayan sorprendido a ti.

JR. Uy, si yo te contara… Hay magníficos escritores, con los pies en la tierra, que son grandes amigos y grandes personas, con los que me escribo muy a menudo. Pero otros… ¡ay!, solo están disponibles si es para hacer publicidad de su obra, como Umbral. Respecto a los primeros, recuerdo en este momento la anécdota de Adolfo Domínguez, el gran diseñador, que apareció un día en mi librería a regalarme su novela y a ponerse a mi disposición para cualquier presentación que quisiera hacer. Al cabo de unos meses le monté un bellísimo acto en el Corral de Comedias de Alcalá, gracias a la Comunidad de Madrid, que me cedió el teatro. El mismo teatro en el que un año después le monté una tertulia a la escritora de novela negra Camilla Läckberg, que vino expresamente desde Suecia para conocerme. En fin, grandes alegrías que quedarán para siempre en mi memoria. De esta cuestión, la vanidad de ciertos escritores, hablo también en las últimas páginas de mi obra.


MC. Por cierto, ¿a qué escritor, vivo o muerto, retarías en un duelo al sol?

JR. Como mi vista no es muy buena debido a un desprendimiento de retina que tuve hace ya bastantes años ­-además de muy poca agudeza visual- no me retaría con ninguno. ¡Y al sol, no digo nada! Tendría las de perder, sin duda.


MC. No vale, no te has mojado…

»Ahora que escribes, te toca firmar y te estrenaste en la FLM de 2019. firmando tu anecdotario, y repetirás con la novela. ¿Cómo fue la experiencia?

JR. Es una experiencia única. Conoces a una gente muy peculiar que daría tema para una nueva novela. Aunque en un principio pensé que había firmado poco, el editor me dijo que no, que había firmado una barbaridad. Pero claro, estoy acostumbrado a ver firmas de Javier Sierra, Julia Navarro, Santiago Posteguillo… Hay que tener en cuenta que ellos juegan en otra división.


MC. Javier, si te digo David Vicente, ¿qué me dices tú?

JR. Mi maestro. David Vicente es la persona que más me ha enseñado en el mundo de las Letras. Sin él yo no habría sido capaz de escribir y publicar esta novela. Es mi hermano de letras, y una de las personas a las que más quiero. Le debo todo.


MC. Una tontería que se me ocurre, ¿firmarías un cambio de estatus con un futbolista de élite, por ejemplo, aunque sea por un ratito?

JR. Nunca. El fútbol me aburre, y el dinero lo mismo. Soy un librero raro, no miro los descuentos de las editoriales, y así me va. Por otro lado, me ha ido muy bien en la vida con mi forma de entender mi vida, lo que es ser librero, anteponer la literatura a los libros de contabilidad. Lo que ha procurado que, en los momentos de crisis, mi librería ni se haya resentido.


MC. No puedo llegar al final de esta charla sin dos cuestiones de gran calado relacionadas con tu novela y que me han perseguido una vez terminada esta. Aquí va la primera: ¿me das la receta de ese bizcocho de limón que hace Carmen y que ninguna de sus (envidiosas) amigas consigue igualar?

JR. (Risas) Es un bizcocho muy sencillo: huevos, yogur, harina, azúcar, ralladura de limón, aceite suave (girasol o de oliva 0,4º), zumo de un limón, (ser generoso con la) levadura, una pizca de sal, y mucha calma y amor, amasando poco a poco los componentes.

MC. Y la segunda: Paco Barrera, ¿de verdad?

JR. De verdad. Es el personaje que más he trabajado en El efecto Tyndall, aunque aparezca en unos pocos capítulos, al final de la obra. Y es un humilde homenaje a mi gran amigo editor, del mismo nombre. Sin él mi librería no habría llegado a ser lo que ha sido. De hecho, él es el artífice de mis trece temporadas de tertulias con escritores de primera línea. Él es el que me ha procurado que pueda traer a Alcalá de Henares la Gala de los Premios Planeta que, desde hace cuatro años, vengo presentando a primeros de año en el Teatro Salón Cervantes. Espero que, cuando se descubra en ella, no me eche una bronca.


MC. Seguro que no. Y aclaramos que seguirás presentando esas galas, aunque te jubiles.

JR. Sí, así lo he acordado con Planeta y el Ayuntamiento de Alcalá. Mientras ellos quieran, seguiré.


MC. Javier, siempre es un placer conversar contigo, agradezco tu sabiduría, tu amistad y tu humor. Ojalá pronto volvamos a la normalidad y podamos abrazarnos, que eso ni de balcón a balcón, y significará que este mal momento sanitario está superado. Gracias por todo cuanto he aprendido desde que te conozco y por tu apoyo con el club de lectura. Nos reuniremos en él para hablar de Carmen, Paco Barrera y muchas otras cosas de forma más amplia y acompañados de ese delicioso bizcocho de limón.

JR. Por supuesto, cuenta con ello. ¡Muchas gracias!

Marina Collazo Casal. Entrevista publicada en la REVISTA PASAR PÁGINA, 29. MAYO 2020: https://drive.google.com/open?id=1kjB7Hbx2bR947FnwXmtGeUJeLySAHj6_
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