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FRANCISCO JAVIER RODRÍGUEZ, LIBRERO «VERSUS» ESCRITOR

Foto del escritor: Los cuadernos de ArohaLos cuadernos de Aroha

Actualizado: 10 mar 2021


A Francisco Javier Rodríguez Álvarez no le ha hecho falta más que su segundo nombre para convertirse en un referente cultural en Alcalá de Henares con su librería, La librería de Javier. La original, que se llamaba Librería Papelería Cervantes, se inauguró a finales de los años cuarenta. El padre de Javier la cogió en traspaso a comienzos de los sesenta y en los ochenta empezó a llevarla él. Ha organizado cerca de 250 actos, sobre todo tertulias, por las que han pasado más de 200 escritores y, desde hace 13 años, es el encargado de presentar la gala de los premios Planeta que se organiza cada año en Alcalá de Henares, en el Teatro Salón Cervantes, y que este año no se ha podido celebrar debido a la pandemia que nos asola. En marzo de 2020, coincidiendo con el confinamiento, Javier publicó su primera novela, «El efecto Tyndall», con tal éxito que ha convertido su jubilación en un trance menos melancólico de lo esperado después de más de media vida dedicada a los libros. El pasado 31 de diciembre, La librería de Javier cerraba sus puertas como tal, pero, afortunadamente, su jubilación es un hasta luego, no un adiós.


»Sentados frente a frente, librero y escritor, reflexionan sobre los acontecimientos que han convertido al ingeniero de Caminos en escritor pasando por librero. Las preguntas iba a hacerlas yo, pero no ha sido necesario. Pasad y leed esta interesante conversación de librero a escritor.


Javier librero. ¿Qué ha cambiado a lo largo de los años en el Javier ingeniero de Caminos para llegar a ser el Javier escritor?


Javier escritor. Realmente poco. Los cambios han sido fluctuaciones de acondicionamiento de vida. Los sueños de ese Javier ingeniero no han cambiado a lo largo de los años. Son los mismos, pero de otro color, que tuvo el Javier librero y que tiene ahora el Javier escritor.


JL. Pero la madurez ha debido de procurar cambios a la hora de afrontar el futuro…


JE. Desde luego que el tiempo modifica nuestra forma de pensar y actuar. No son las mismas las motivaciones cuando eres joven que cuando tienes una cierta edad. Y mucho menos cuando has llegado a la edad de la jubilación.


JL. A eso me refería, si esos cambios de objetivo han sido motivados por la edad o por los condicionamientos económicos…


JE. Un poco de todo. Cuando eres joven crees que puedes vivir de tus sueños y en tus sueños. Proyectas un futuro, y tu devenir aparece a la vuelta de la esquina devolviéndote a la realidad, que es otra muy diferente de la que has trazado.

Soy un gran amante de la matemática, y por esa senda dirigí mis pasos. Pero poco me duró el ejercicio de mi profesión, ingeniero de Caminos. Quizás esa rutina, la de rellenar fichas, visitar obras y hacer cálculos, siempre los mismos, ahogó mis sueños. Es por ello que, ante una depresión surgida por los acontecimientos, una amiga mía, Otilia (que aparece en mi novela como psicóloga eventual), me recomendó dirigir mis pasos en otra dirección, la que pudiera parecer la contraria: hacia el mundo de las letras. Y hacía allí me encaminé.


JL. Es extraño que se puedan compatibilizar dichos campos, tan opuestos…


JE. Ahí nos equivocamos todos. Yo también lo pensaba, y me equivocaba. Letras y ciencias van intensa e íntimamente unidas. Y lo que las une no es otra cosa sino el afán de conocimiento, de saber y de vivir. Una persona no la misma después de leer un libro que le hace pensar en cuestiones que nunca se había planteado como tampoco después de descubrir un enigma científico que desconocía. Como tampoco después de hallar la solución de un problema matemático que creía irresoluble.


JL. Pero un ingeniero metido a prescriptor de libros no deja de ser algo extraño.


JE. No tan extraño como un médico apasionado por la astronomía o un músico por la matemática. Hay muchos puntos de conexión. Mi fracaso, si así se le puede llamar, fue en el campo de trabajo como ingeniero, no en el campo de amor a la matemática, aunque yo prefiero llamarlo experiencia en propia piel. En el fondo aprendemos más de nuestros errores que de nuestros aciertos.

JL. Pocos libreros se han pasado al lado oscuro, han traspasado esa línea de vendedor de libros a creador de obras literarias.


JE. Eso sí que es verdad. Tengo muchos amigos escritores que se han buscado un trabajo para poder sobrevivir. Y algunos de ellos, pocos, a decir verdad, han optado por una librería. Pero los hay. Valientes por ambos lados. Lo que me ha ocurrido a mí es algo circunstancial. La librería que he mantenido durante casi treinta años creó multitud de anécdotas. Las escribía, a veces en pequeños papeles, y otras en el ordenador, cuando me hice con un portátil para la librería. Con la vista puesta en mi jubilación las iba recopilando para tener un recuerdo de mi trabajo una vez jubilado…


JL. Pero…


JE. Pero se me ocurrió publicar alguna en las redes de Internet, con la suerte de que un editor, que era amigo mío de tiempos universitarios, se interesara por ellas y las publicara al poco tiempo. Fruto de esos años es el libro «Pues si eso, luego vuelvo», que reúne multitud de historias sobre una librería, clientes y anécdotas personales. Fuera de él dejé todo aquello relacionado con los encuentros literarios que he ido organizando durante trece años, y que será el grueso de la continuación, aún sin fecha de salida.


JL. Pero de ahí, la recopilación de pequeñas anécdotas, a la escritura de una novela, hay un buen trecho.


JE. No tanto. «El efecto Tyndall» surgió cuando me apunté a una escuela de escritura para perfeccionar mi estilo, a la hora de la entrega de las anécdotas. Quería que esas anécdotas estuvieran algo trabajadas, que no fueran un aquí te pillo aquí te mato. Pero el editor prefirió la edición primigenia, sin pulir, para que tuvieran la frescura original de los breves textos que publicada en Facebook. Como el ambiente de la escuela de escritura era muy grato, me quedé allí todo el año. De ahí, de unos breves relatos que construí como ejercicios semanales, surgió la idea de la novela «El efecto Tyndall».


JL. Una novela con muchas tribulaciones…


JE. Con bastantes. Dos grandes editoriales se interesaron por ella. Después de obligarme a drásticos cambios durante un año una de ellas, la novela era otra. Por ello opté por guardarla en un cajón. Estaba desilusionado. Pero de nuevo apareció mi amigo, el editor de las anécdotas, y


sabiendo lo que había pasado me propuso una edición del manuscrito original, sin toques de correctores de por medio. Y yo, incauto, acepté. Esa primera edición, ya agotada, no era otra cosa sino el manuscrito original, sin retoques. La segunda edición ya está corregida, aunque la texto, he de decirlo, es el mismo. Solo he cambiado incorrecciones gramaticales y ortográficas. En este momento está la tercera edición a la venta, por lo que estoy muy feliz. No solamente no ha perdido dinero conmigo mi editor, sino que ha ganado.




JL. ¿Eres más feliz hablando de libros o escribiéndolos?


JE. Son dos facetas muy diferentes, aunque parezca lo contrario. El placer de recomendar un libro y que el lector venga a los pocos días a agradecerte que se lo «recetaras» es algo muy emocionante. Pero el propio acto de crear personajes y que cobren vida, y que después los lectores te digan que se sienten identificados con ellos, es harina de otro costal. Nunca he sentido nada tan emocionante como que los personajes que una vez diste a luz, cojan vida propia y, sin tu intervención, se lancen a vivir sus vidas. Eso, que me parecía una tontería cuando me lo decían los novelistas, me ha ocurrido en la confección de mi novela.


JL. Y para acabar, ahora te lanzas al teatro.


JE. Otra casualidad. Haciendo ejercicios de eliminación de descripciones y narrativa, me pidieron escribir una obra de teatro. Lo hice en muy pocos días. En el fondo era una breve obra que se escenificara en unos quince o veinte minutos, con pocos actores y en un escenario muy acotado. Debido a la gran aceptación que tuvo, escribí otra y posteriormente otras dos. Las dos primeras tuvieron varias representaciones y las dos últimas, por cuestiones del coronavirus, se quedaron en un cajón. De nuevo Ángel, mi editor, sabiendo que cerraba mi librería, quiso sacar algo más para homenajearme ante ese cierre. De ahí el libro «Y de aperitivo, ¿qué les pongo?».

JL. ¿Qué ha sido de tu librería?


JE. Me daba pena destrozar ese mundo que había creado en torno a los libros. Ese Macondo tan particular que me ha dado tantas alegrías. Alquilar el local, a la vista de por donde van los negocios en el centro de Alcalá, es que se convirtiera en una tienda de ultramarinos regentada por asiáticos, con venta de botes de cervezas y poco más, o en un establecimiento de carcasas de móviles o algo por el estilo. No podía soportar que desaparecieran esas estanterías de madera de pino melis, a juego con las vigas del techo y demás muebles, y que han dado a mi librería ese carácter tan especial. Es por ello que, de nuevo lanzándome al vacío, cree en ella mi despacho, que he inaugurado a finales de enero. En él tengo mi lugar de escritura, en la mesa de trabajo de relojero de mi abuelo, y, delante, una pequeña sala para tomar café y recibir a amigos y a lectores que quieran discutir cualquier aspecto de mis obras.


Marina Collazo. Gracias por tanto, Javier, nos seguimos viendo en el lugar de siempre.



Marina Collazo Casal y Francisco Javier Rodríguez Álvarez: Librero versus escritor, publicado en la REVISTA PASAR PÁGINA 37. FEBRERO 2021: https://drive.google.com/file/d/1hrxqEIrcnGUbE2Fc-NlBTH4OvPtvkOmL/view?usp=sharing
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