Nunca había asistido a uno, por lo que no me lo pensé dos veces cuando mi compañera de revista y también amiga Marina Collazo me invitó a participar en una de las fechas del club La Isla del Aire que organiza que es un primor en Alcalá de Henares. A un club de lectura, aclaro. Una maravilla. Ella, y su club; y también las personas que acuden al mismo, lectoras y lectores ávidos de compartir sus inquietudes, sus dudas acerca de la novela que han leído del autor que corresponda. En mi caso, les toqué en suerte el día 21 de febrero con mi novela Se llamaba Manuel. Podían haber escogido muerte, que es peor, ya lo advierto, pero acudió cerca de una decena de lectores, que no está nada mal en los tiempos que corren, con estadísticas que resaltan el escaso —me corto de decir nulo— interés que existe en este país por la lectura. ¡País!, que diría Forges.
¿Qué cómo me/nos lo pasamos/pasé? Mejor que nadie lo podría resumir el gran Luis Escobar con aquella palabra —divinamente— que le hizo famoso en sus últimos lustros de vida tras una larga carrera plagada de éxitos teatrales y cinematográficos. Divinamente, repito; con las preguntas que realizó Marina en todo momento, dirigiendo la charla por todos los vericuetos que le interesaba que yo contara, y son unos cuantos: mis relatos, la adaptación al cine de alguno de ellos, mis anteriores novelas, mis proyectos —esa Adela que ya asoma la cabeza, y una posible/probable continuación de Se llamaba Manuel que ya bulle de ideas, personajes y argumento en mis neuronas—, y de Se llamaba Manuel, obviamente. Que para eso estaba allí.
Acudí con ganas de pasármelo bien y, asimismo que los lectores que acudieran se lo pasaran igual o más. Y creo que fue así; porque una novela, más allá de gustar más o menos, se disfruta no sólo escribiéndola, sino también contando cómo surgió, de dónde nació la idea, cómo pergeñé la historia, el valor y sentido de cada personaje. Y, aunque en este último caso más de uno –y de una— y de dos no me perdonan el trato dispensado a alguno de aquéllos —e incluso dudo de que me perdonen alguna vez por ello—, disfruté explicando anécdotas de cada uno de ellos, por qué se comportaban cada uno a su manera, por qué no hice tal o cual cosa con uno determinado —si habéis leído la novela, sobra decir con quién—. Como apoyo a las explicaciones, llevé algunos elementos que me fueron de gran ayuda para la escritura de la novela tales como algunos libros de diversa temática relacionados con Madrid y sus gentes, también acerca de la policía, un mapa de Madrid de 1951 y una guía del ocio contemporánea, amén de anuncios de todo tipo que reuní durante el proceso de documentación: la moda de la época, estrenos cinematográficos, la cesta de la compra…
En definitiva, una tarde para recordar, una tertulia que se podía haber eternizado sin importar que nos dieran las diez y las once, la una, las dos y las tres, y en la que primó el amor a la lectura por encima de todo. Un club de lectura, el de Marina Collazo, que no ha hecho más que comenzar, y al que se le adivina larga vida mientras ese amor por los libros siga latiendo en el alma de cada uno de nosotros.
Víctor Fernández Correas. Publicado en la REVISTA PASAR PÁGINA 27, Marzo 2020: https://drive.google.com/open?id=1jd3huHL4CJfNIYvbny1Va0of0C1daAHW
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